Solsticio de Junio, 2025: cuando avanzar no sale. Y quedarse tampoco.
Entre la exigencia de actuar y la expansión de lo emocional, el presente no pide respuestas. Pide presencia.
Hay momentos en los que no se sabe si es agotamiento o una pausa.
Días en los que parece que todo lo que se podía hacer ya se hizo… pero no se nota.
Días en los que el mundo sigue exigiendo, pero el cuerpo no responde con la misma inercia.
Esta semana tiene algo de eso.
Y no es casualidad: es solsticio.
El instante exacto en el que el Sol —ese que siempre avanza— se detiene. Durante tres días. Sin moverse. Sin decidir.
Y eso se siente.
Tal vez por eso, en otras épocas, se hacían celebraciones.
No porque hubiera algo que lograr, sino porque, por una vez, no hacía falta hacer nada.
El Sol se detenía. Y con él, la vida.
Se encendía el fuego, se reunía la gente, se marcaba el momento.
No era por productividad. Era porque el tiempo cambiaba de ritmo, y eso bastaba para estar presentes.
¿Y ahora?
Ahora es más difícil. La desconexión con los ciclos naturales, con sus señales lentas, con sus pausas vivas, se nota.
Cuesta frenar si no hay una meta. Cuesta reunirse si no hay un motivo.
Pero la pregunta queda:
¿todavía es posible hacer espacio para un tiempo que no exige resultados, solo presencia?
El cuerpo quiere gritar. O llorar. O hacer pan. O mirar series sin pensar.
No todo lo que ocurre tiene nombre, pero sí tiene forma.
Una forma densa, saturada de estímulos, y sin dirección definida.
Como querer correr sin saber hacia dónde. O querer quedarse, pero sin encontrar dónde.
No es algo personal. Es el clima colectivo.
Y si se observa lo que está pasando, tiene coherencia:
Saturno en Aries: avanzar cuesta. No por falta de voluntad, sino porque todo exige estructura antes de moverse.
Neptuno en Aries: el deseo está nublado. No hay mapa. No hay foco. Hay impulso sin contorno.
Júpiter en Cáncer: el presente se vuelve emocional. No en un solo sentido: cada quien lo vive distinto.
Puede sentirse como ternura, irritabilidad, ganas de quedarse en casa o de volver a una que ya no existe.
Puede aparecer como necesidad de cocinar, de llorar, de tener a alguien cerca, o simplemente de quedarse viendo Netflix con una cobija encima mientras el mundo exige otra cosa.
A veces también aparece como una escena sin explicación aparente.
El otro día, en el supermercado, sonaba música de los 70. Y algo se sintió bien. Muy bien.
Al llegar a casa, puse un playlist. Canciones suaves, luminosas, con esa estética de alegría limpia.
Sentí una nostalgia que hacía mucho no aparecía. No por una persona o por algo específico, sino por una sensación de mundo que parecía tener más fe, más ternura, más flores, más Sol.
Pero esa emoción no se quedó ahí.
Puse entonces Undercover of the Night, de los Rolling Stones. Después Another One Bites the Dust.
Y todo cambió.
La nostalgia desapareció.
Algo en mí le dio la bienvenida al filo de los 80, a su crudeza, su confrontación, su tensión visible.
Empecé a tener más cariño por esa época, por su falta de evasión, por su sinceridad rugosa.
Eso también es parte del momento actual.
No es refugio en el pasado. Es acceso emocional a distintas capas del tiempo, no para quedarnos ahí, sino para ver desde dónde sentimos lo que sentimos.
Júpiter no define qué sentir. Solo lo amplifica.
Lo que hace es dejar en evidencia que el momento quiere emoción. No resultados. No respuestas. Solo algo que se sienta real.
No es una energía de logro.
Es una energía de contención.
Y aún eso, cuesta sostener.
La vida sigue, pero no igual.
El mundo no se detuvo. Pero hay algo que, en el fondo, se siente distinto.
Una densidad que no es solo cansancio.
Una sensación de estar en medio de algo que no empieza ni termina.
Y en ese intervalo, el Sol —que organiza el tiempo, las estaciones, los ritmos— permanece quieto durante tres días.
En las tradiciones antiguas, ese momento no era simbólico: era estructural.
El sistema solar entraba en pausa.
El tiempo no avanzaba: se reconfiguraba desde un punto cardinal.
Y eso también se percibe aquí.
No para hacer algo.
Solo para registrar que no hay que forzar una respuesta.
¿Y ahora qué?
Tal vez nada.
Tal vez algo.
Pero aún no se sabe. Y está bien así.
Puede ser frustrante no tener claridad.
O incómodo no poder avanzar.
O extraño sentir tanto sin saber qué hacer con eso.
No es bloqueo.
Es una expansión emocional que todavía no encuentra forma.
Júpiter hace que todo se sienta más: lo dulce, lo vulnerable, lo innecesario, lo que se había olvidado.
Saturno pide ordenar antes de actuar.
Y el Sol, detenido, no da permiso ni dirección. Solo suspende el paso.
Algunas cosas que todavía funcionan
▸ Dejar que una tarea espere un poco más
▸ No explicar por qué se está más en silencio
▸ Escuchar sin necesidad de responder
▸ Cocinar algo sin mirar el reloj
▸ Sentarse un momento sin hacer nada útil
▸ Sentir sin justificar
No hay mensaje que entender.
No hay revelación que aplicar.
Solo un fragmento de época donde moverse no alcanza, y quedarse tampoco.
Y en ese cruce, por un instante, el Sol se detiene.
Muy bueno!