🧭 Sobre el castellano neutro, el ritmo del lenguaje y otras coordenadas
Una reflexión sobre ritmo, traducción y pertenencia en la escritura contemporánea. Escribir para todos sin sonar a nadie.
Aprovecho la antesala de la entrada del Sol en Géminis para abrir una pregunta sobre lenguaje, ritmo y forma. No por nostalgia ni estilo, sino porque la manera en que una idea se presenta afecta su posibilidad de ser comprendida.
Al revisar mis propios textos, aparecen rastros. No errores ni deslices, sino estructuras rítmicas: giros, pausas y cadencias que responden a un castellano con geografía. El español de Buenos Aires se cuela aunque no lo convoque. Pero no es el porteño actual. Es otro: el de fines del siglo XX. El que articulaba barrio, filosofía, precisión emocional y montaje narrativo. Más cerca de un aula que de una red social.
Hace más de veinticinco años que vivo fuera de Argentina. Y el idioma que me acompaña no es exactamente el que hablo, sino el que estructura lo que pienso. Por eso escribo en castellano neutro. No como identidad, sino como puente. Porque el mensaje necesita cruzar. Y porque ciertas formas verbales distraen más de lo que conectan.
Pero esa elección también plantea un problema. ¿Qué se pierde cuando el lenguaje borra su origen? ¿Qué sentido se aísla cuando el ritmo ya no respira desde un lugar?
Lo planteo como pregunta estructural, no como duda personal. ¿Es preferible mantener el texto completamente despejado de marcas regionales? ¿O permitir que, cuando tiene sentido, aparezca esa forma antigua de ordenar las ideas que viene con pasaporte incluido?
La voz con la que escribo hoy está armada por territorios diversos, pero responde a un mismo eje: que el contenido llegue. No como anécdota. Como forma.
Y si Mercurio —en Sagitario— actúa como traductor de sistemas, no como portavoz emocional, entonces esta pregunta no busca aprobación. Busca precisión.
Los leo.